Desde que se firmó el nuevo tratado de libre comercio llamado T-MEC, por EPN y luego ratificado por AMLO, se resaltó por parte de los gobiernos de EE UU, Canadá y México vendiendo a los trabajadores de estos países la idea que, a diferencia del anterior tratado, el TLCAN, donde los sindicatos fueron prácticamente anulados, lo que ocasionó, en el caso de México, se atacara al sindicalismo como la principal causa de los problemas laborales que cargaban a las empresas de pasivos, por lo que se desataron feroces campañas mediáticas que antecedieron al despido masivo de trabajadores en diferentes sectores generando gran inestabilidad social; en este nuevo acuerdo se incluía un capítulo laboral, que toma en cuenta los derechos laborales de la clase obrera de los sectores de la economía que están ligados a este tratado. Esto generó una reacción de beneplácito en diversas fuerzas sindicales, algunas honestas y de lucha, pero sobre todo las que están ligadas a la Cuarta Transformación de una u otra manera, vía escaños en el Congreso para sus dirigentes. Como el senador Napoleón Gómez Urrutia, que de manera inmediata organizó en una nueva central a la que llamaron pomposamente Confederación Internacional de Trabajadores (para estar acordes con el T-MEC), con vínculos muy estrechos con la mafiosa AFL CIO de EE UU.